Vaya por delante mi máximo respeto por los profesionales de la demoscopia. El 1% de fiabilidad que otorgo a las encuestas, se lo debo a ellos; el otro 99% de falibilidad, es obra y gracia de los encuestados y de las empresas que sufragan estos estudios. Y lo digo después de trabajar año y medio en un C.A.T.I. de una de las empresas transnacionales más importantes de estudios de opinión (entre 2007 y 2008, en Valencia).

Estos días vemos que el espectáculo circense ha cambiado de víctima, y los leones ya no atacan a uno u otro político, sino a una u otra empresa de demoscopia. La gente es libre de perder el tiempo como quiera, siempre lo he dicho y lo mantengo. Me interesan bien poco las conclusiones a las que lleguen en esos programas que tratan los errores de las encuestas, especialmente si su materia prima es la opinión agregada de personas. Pero si hay algo que me interesa, y que me resulta fascinante, es la extrapolación de datos. No soy experto, ni presté la suficiente atención cuando estudiaba, a los sistemas de muestreo ni la fiabilidad científica de las encuestas. Con el tiempo volví a aquellas materias y las estudié sin la obligación académica y descubrí que era un sistema complejo y de una gran utilidad. Pero la extrapolación a la que me refiero va más allá de un muestreo estadístico, sea del CIS, de Metroscopia, de GAD3 o de cualquier otra.

Me refiero a extrapolar cuando se utiliza el plural mayestático para generalizar. A extrapolar cuando pensamos que nuestra ciudad, isla o provincia, es el resto y decimos que «esto pasa en todos lados». Esa forma de extrapolar y de jugar con ficciones, es lo que me interesa por irritantemente erróneo, tal vez porque no me gusta que me incluyan en ciertos sacos sin que me pregunten primero. Esta mañana, mientras almorzaba, he leído un artículo de una periodista que a veces escribe artículos brillantes —en el ensayo que preparo utilizo algunos de sus titulares como nombres de sección—, donde extrapolaba los resultados de las últimas generales en Balears, a unas hipotéticas autonómicas. El artículo ocupaba dos páginas, con varias gráficas y titulares que crean una realidad irreal, que los partidos utilizan como issues de campaña. He imaginado qué ocurriría si un estudiante de Ciencias Políticas presentase un trabajo con una extrapolación de este calibre, y cuál sería la reacción del profesor o profesora que lo leyera, sobre todo teniendo en cuenta el voto dual, el fin del bipartidismo formal y material en Balears, la complejidad del sistema de partidos en Balears, y la no concurrencia de formaciones como El PI a las generales. Sin hacer primero estas salvedades, cualquier artículo de este tipo es política-ficción.

Lo realmente preocupante es que muchos de los lectores puede que no lo interpreten como tal, sino que tomen como bueno un error grave de extrapolación, que ha generado un titular vendible y que ya ha llegado a la agenda pública. Un primer copo de nieve que puede acabar en un efecto snowball si se sabe vender bien. Y de esto no tienen la culpa las empresas de demoscopia. Tal vez la moderna utilidad de los politólogos que hoy sí tienen un hueco en los medios de comunicación, sirva para dejar claro que hay que ser muy cautos al extrapolar. Incluso al extrapolar la propia categoría de politólogos, porque no todos son (somos) iguales, aunque las críticas al gremio nos incluyan.

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