(1) Ahora todo parece entrar en el marco de la postverdad. Que si Trump miente una media de 5 veces al día, que si los medios mitad informan, mitad opinan, que si la televisión está llena de política-basura. Postverdad, término que empezó a utilizarse en los noventa, es capaz de referirse al arte de la mentira desde los medios y la política, y también a la apelación a las emociones frente a la razón. Puede que estas dos acepciones no sean contrapuestas, sino complementarias, algo que multiplica el significado de un concepto cuyo nombre trata de ser conciso (más allá de la verdad) y cuyo significado es de todo menos concreto.

Lo curioso de las modas, es la capacidad de la parte activa, de persuadir e influir en los actores pasivos. Si unas fuentes afirman que la palabra de moda es esta, y que todo emana de ella, pues lo aceptamos y punto, sin procesar si es tan nuevo o tan indeterminado. Mientras tanto, hay otra palabra que nunca estuvo de moda más allá de la academia, y que sí tiene un significado acotado, sólido y permanente, más extenso que el de postverdad. Tanto, que la incluye, como una categoría superior.

(2) La herestética —sobre la cual escribí en otra entrada—, es ese término. Acuñada por William Riker, es «la manipulación de los gustos y alternativas en las que las decisiones se toman, así como la estructura objetiva que aparece a los participantes». Es decir, que podría ser el marco en el que se encontraría la postverdad, ese concepto que a veces parece referirse por igual a la mentira, a la manipulación o a la simple provocación mediática. ¿Por qué no hablamos más de herestética que de postverdad? Sencillo, por pura herestética.

Una política herestética, sea en términos de policy o de politics, provenga de instituciones políticas o de medios de comunicación (tradicionales o New Media), es capaz de crear modas a través de la influencia en la opinión pública. Hablo de una influencia real, del boca-oreja, de los llamados influentials (no confundir con influencers), de las horas de emisiones a través de canales con personajes que encajan con la llamada «teoría de los dos pasos«. Nos llegan los inputs y no los ponemos en duda. Nos dicen que la palabra de moda se debe a Trump, y hacemos nuestra esta idea, sobre todo si nos llega a través de la cuenta de Twitter de una persona a la que hemos otorgado una cierta confianza, una cierta influencia, y no le discutimos, sea por respeto o simple pereza.

(3) Buscando en Google alguna publicación en la que se relacionasen estos dos conceptos, llegué a un interesante y conciso artículo de Jorge Dioni, donde afirma que:

Construir un relato a posteriori que justifique su inoperancia para ofrecer una alternativa es beneficioso para los protagonistas, pero precisa torcer y podar la realidad. Como todo, el concepto de postverdad indigna mucho cuando lo usa alguien que no nos gusta y es comprensible cuando es uno de los nuestros.

Me gusta especialmente el artículo y este fragmento, por dos razones. La primera, puramente formal, porque escribe «postverdad», sin ahorrarse la «t». Y en segundo lugar, más de fondo, porque pone de manifiesto la idea de dualidad, el «nosotros» frente al «ellos», lo que Ortega y Gasset planteó como particularismo, y que sigue en la base de la comunicación en política.

herestetica y postverdad

(4) Esa dualidad, que recogí en la primera parte de los Apuntes Metecos (pueden leerlo aquí), muta en el lenguaje y el discurso político de formas que se reinventan. La casta y la trama son dos hábiles formas de dualizar y separar en dos grupos, atribuyendo unas ciertas condiciones a cada parte, y que unido a las herramientas digitales, puede ser un salto cualitativo. Un salto herestético, pero que no parece obedecer a criterios de postverdad, ¿verdad? He aquí una de las diferencias principales entre ellas, y es que la postverdad suele utilizar la herestética, pero ésta puede actuar sin aquella.

Como recoge el diccionario Oxford, se define a la palabra del año de 2016, como «relating to or denoting circumstances in which objective facts are less influential in shaping public opinion than appeals to emotion and personal belief». ¿Y cómo se hace la segunda parte de la sentencia, donde dice «in shaping public opinion…«? Lean de nuevo el punto 2.

Tal vez sea cierto que, como afirma el artículo de Dioni enlazado, la verdad importe cada vez menos en política. O tal vez sea que la verdad es tan relativa y que confiamos tan poco en el otro, que somos, en palabras de Ortega y Gasset, como el eterno cura de aldea, que rebate triunfante al maniqueo, sin habernos ocupado antes de averiguar qué piensa el maniqueo. Ahora, también con hashtags.

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Categorías: EstrategiaPolitología

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