Viene del post anterior Postpolítica pop

Los cambios políticos de los últimos años han favorecido la aparición de neologismos y la revitalización de conceptos que parecían en desuso. Así la postverdad, la postpolítica o el populismo, están hoy más en boga que hace un lustro. Y parece que los acontecimientos más recientes van a consolidar este uso, y puede que incluso los desgasten, se los relativice y haya que buscar términos más drásticos para referirnos a las serias amenazas que acechan al Estado social, al cosmopolitismo y a principios universales que parecían irrenunciables.

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Titular del miércoles 5 de diciembre de 2018

Mediatización, visibilidad y digestiones pesadas

La mediatización es un elemento fundamental de la vida política actual, no hay duda. Además de los mensajes emitidos desde las fuentes políticas, los medios generan una agenda y un relato propio, que se retroalimenta con el relato del resto de actores políticos. No se trata de que los medios hayan sido los culpables del ascenso de VOX en España, que ya han entrado en las instituciones tras el 2-D en Andalucía; más bien se trata de una cuestión de digestión de mensajes y relatos.

La seducción mediática y la frivolización del debate político son el presente. Un meme, publicado en un primer momento para hacer burla de una persona candidata, puede ser una oportunidad de humanizarla, si lo comparte asumiendo el punto de humor y los suyos lo amplifican; puede que los medios compren la reacción y la divulguen, y sea el primer impacto que recibe un consumidor-votante, quedándose con un impacto positivo de la otrora víctima del meme. Así un video de una cutrez suprema, con un trasfondo de épica spaghetti western, puede viralizarse de forma exponencial y entre risas de quienes unas semanas después se tiran de los pelos y acusan a los medios de favorecer el ascenso, como si parte de los espectadores fuesen masa borreguera.

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Populismo y popularismo

Quienes se dedican a la comunicación y al marketing políticos (no son lo mismo, one more time), saben que el objetivo es proyectar un mensaje ligero y que cale, producto mucho más fácil de digerir, que cualquier otro que requiera de algún tipo de esfuerzo para ser comprendido. Esta es una estrategia herestética y populista, como apunté en un post de 2016, titulado Populismo y popularismo en la era de la postverdad, en el que traté de diferenciar dos términos que se parecen en la forma, pero difieren en el fondo, y que la simplificación y la banalización equiparan porque es más fácil de digerir.

Recientemente, en un artículo de noviembre de 2018, titulado «Populismo y popularismo», el opinador Matías Vallés escribe en Diario de Mallorca:

La divulgación consiste en elevarnos hasta el tuteo con los especialistas de una disciplina, la popularización prefiere rebajar al eminente a la categoría pedestre. El populismo y el popularismo no se conquistan de repente, han fructificado gracias a la labor callada del único precedente de Trump que puede igualarle en desfachatez, el popularísimo Silvio Berlusconi.

El popularismo es algo que todos quieren: generar impactos, atomizar el mensaje, simplificarlo y provocar reacciones en los adversarios para que se reafirme la imagen de opción viable y que dibuje una proyección. Teóricos como Lakoff llevan años destacando que las ideologías de derecha son más eficientes en la simplificación del mensaje y en la creación de metáforas efectivas, mientras que la izquierda trata de racionalizar, de hacer una cierta pedagogía paternalista y se pierden en debates de metafísica ideológica, que sería la antítesis del popularismo hoy en día.

VOX ha crecido porque se ha vuelto popular, como lo es hoy Ciudadanos y como anteriormente lo fue Podemos. Y en ese proceso de popularización, se ha ubicado a VOX en un mismo plano que al resto de partidos, pese a que sus propuestas se situarían muy alejadas de los principios, valores y propuestas políticas sobre las cuales existe una convención entre los partidos que representan a una mayoría social.

Después del 2-D también entran en la dinámica de realizar proyecciones —simplistas y directas, para que sean fácilmente compartibles—, tan atrevidas como erróneas, como apunté en Twitter.

Herestética y postpolítica en la era de la postverdad

No, Ciudadanos no es el partido moderado de Borgen. Intentaron vender este relato en 2016 y lo intentan vender ahora, y pese a lo maniqueo de su fondo, hay medios que lo compran (vean las imágenes a continuación). Antes de las elecciones generales de 2016 y 2017 también intentaron comparar a Rivera con Macron, cuando la popularidad de éste estaba en alza, incluso con citas a Churchill o Suárez, tratando de revestir al candidato naranja de un halo ficcionado, que tampoco cuajó. Podría pensarse que el mimetismo de Rivera con otros personajes (reales y de ficción) se debe a su maleabilidad y a lo vacío de su fondo.

Ciudadanos Borgen       Ciudadanos Borgen     Ciudadanos Borgen

Ciudadanos es un partido de derechas, va a pactar con las derechas —como escenario natural, pese a que en un primer estadio haya dado apoyo a gobiernos de izquierda— y sus issues de campaña son los propios de la derecha nacionalista y populista. Los resultados en Andalucía mostraron que son efectivos, pero no permitieron un sorpasso ni convertirse en la principal fuerza de la derecha. De hecho, podrían formar parte de un gobierno con el partido más corrupto de España y con la extrema derecha, y tener un escaso coste electoral, gracias al uso herestético de los argumentos y a la amplificación desde los medios. Porque son populares, popularistas y populistas, algo que ahora también es VOX, y que responde en buena parte a la radicalización del discurso de la derecha (Ley de May), juego en el que han entrado el PP y Ciudadanos durante esta espiral de campaña andaluza, aunque ha afectado a toda la opinión pública y cuyos efectos se prevén permanentes, difíciles de digerir.

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