Las personas somosrepresentamos.

De hecho, la palabra «persona» proviene del latín, y su origen etimológico se refería al personaje o a la máscara de la representación teatral. Y en un mundo mediatizado hasta el extremo, la carga simbólica de una persona tiene un valor muy relevante, especialmente si atendemos a la combinación de aquella «deserción de las masas», de la seducción y de la personalización individualizante de la que habla Lipovetsky en «La era del vacío«. Somos mucho más individualistas, pero nos dejamos seducir por aquellos iconos mediáticos, mucho más fáciles de alcanzar que hace, por ejemplo, veinte años.

Hoy cualquiera podría convertirse en una estrella mediática con una cámara y conexión a Internet.

Símbolos en sí: Iconos políticos del cambio

Voy a darles tres nombres: Rosa Díez, Pablo Iglesias, Cristina Seguí. Tal vez algunos de Ustedes no conozcan a esta última, si no son usuarios habituales de las redes sociales, o si no viven en Valencia. No dudo de que conocen los dos primeros nombres, cargados de simbolismo en sí mismos, y estas tres figuras son más que sus propios nombres o imágenes: son historias.

Rosa Díez es una política vasca, que ocupó numerosos cargos políticos dentro del Partido Socialista, e incluso concurrió a unas primarias para la Secretaría General, que perdió estrepitosamente. Unos años más tarde, abandonaba el partido y cofundaba otra formación, UPyD (Unión, Progreso y Democracia), junto con intelectuales, miembros de plataformas antiterroristas y muchas otras personas que hasta el momento no habían participado en ninguna formación política. 

Pablo Iglesias es profesor de Ciencias Políticas. Irónicamente, su madre eligió ese nombre en honor al fundador del Partido Socialista. Su trayectoria política siempre se ha circunscrito a los círculos marxistas y comunistas, participando en programas de televisión e incluso dirigiendo su propio formato, que el Diario Público amplifica desde su web y los difunde. En un momento de su vida política, decidió  fundar un partido -casi una escisión de Izquierda Unida-, y se ha convertido en eurodiputado recientemente.

Cristina Seguí es una valenciana que los medios han calificado de extrema derecha, así como de ser «la musa de la derecha radical», gracias a su atractivo y a la capacidad de atraer atención pública y mediática. Apenas si se conoce algo de su vida privada, y forma parte del partido VOX, conformado por muchos ex-miembros del Partido Popular que profesan una ideología aún más de derechas. En la siguiente imagen podemos ver su crecimiento cuantitativo en Twitter, en apenas unos meses.

Cristina Segui Vox twitter

Estos tres políticos comparten una simbología común, unas historias similares. O bien han abandonado formaciones anteriores, como Díez e Iglesias, o han entrado en política motivados por formaciones nuevas y por una cierta re-generación, aunque la carga ideológica de los tres ejemplos difiera de manera significativa. Su historias, mediatizadas y narradas por diferentes emisores y canales, parecen corroboradas e imbuidas de un cierto halo de heroísmo, de romper reglas y crear una historia diferente y de supervivencia posible. Todo este proceso ha sido televisado, ha generado partidarios y detractores, y las dicotomías simples de «amigo»-«enemigo» han jugado su papel.

Piensen en este razonamiento tan simple: El enemigo de mi enemigo es mi amigo. Y ahora piensen en cualquier tertuliano de la derecha como su enemigo ideológico, que concibe a Pablo Iglesias como su enemigo (también ideológico), y verá como se siente más cerca de éste que del tertuliano. Por supuesto, el proceso es mucho más complejo y requiere tiempo (el progreso de los acontecimientos), pero como en todo proceso químico, aquí hay una reacción. Y una suma de reacciones provoca cambios en los elementos.

La idea de progreso (y de cambio): Políticos jóvenes

Como vimos en el post El cambio como idea-fuerza, cambiar no siempre implica una mejoría. De hecho, la idea de progreso es un concepto que apunta a un resultado ulterior (en el tiempo) y que parece llevar implícita la necesidad de cambio; el progreso sería no retroceder ni permanecer quieto. De aquí la ironía de la campaña «Canviadors» del ultraconservador Partido Popular en las Illes Balears, en 2011, que obtuvo muy buenos resultados.

En toda progresión temporal subyace la idea del acercamiento a la verdad, la madurez intelectual, la sabiduría del conocimiento y la experiencia. De hecho, la juventud de los políticos es un hándicap superado en otros países europeos, pero cuya carga simbólica es muy importante entre nosotros. Miren: Si pudieran elegir entre un alcalde con 30 años y otro con 50, ¿a cuál elegirían? Ahora pregúntense por qué. El ejemplo de Rosa Díez, y de las décadas de militancia en un partido, que abandonó para embarcarse en un nuevo proyecto, activan esa idea del cambio y el progreso de alguien con una edad avanzada.

Siguiendo con los otros dos ejemplos anteriores, la idea de juventud puede ser un valor positivo, aunque parezca contradecir el párrafo anterior. Piensen otra vez en la historia de lo nuevo, en la re-generación y el simbolismo: Iglesias o Seguí son figuras aún amortizables. Su historia se ha ensalzado mediáticamente por el cambio, y sin éste no existiría mensaje; ellos son el mensaje de cambio. Son iconos de lo nuevo, de lo que está por hacer y de lo que podemos hacer si nos proponemos cualquiera de nosotros. En pocas palabras, su capacidad de progreso es mayor (temporalmente), porque son jóvenes y su camino a la «verdad», a la certeza ideológica y pragmática, es mayor, y esto genera empatía. Es decir, que si José Bono o Alberto Ruiz-Gallardón (ambos amigos personales y de rasgos ideológicos compartidos), creasen un nuevo partido, no provocarían la empatía de Iglesias o Seguí, pues ya provenían de otras formaciones (PSP y AP, respectivamente) antes de entrar en sus actuales partidos, su figura ya ha sido amortizada y cualquier cambio podría ser visto como un intento de preservar sus privilegios políticos, como se achaca muchas veces a Díez.

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