El 18 de junio de 2016 se cumple un año desde que asumí el cargo de DirCom del Ajuntament de Marratxí, y creo que es buen momento para compartir algunas impresiones de estos últimos meses.

En este tiempo he aprendido mucho, sobre todo de los errores o aciertos a medias, tanto los propios como los ajenos. Es evidente que las cosas se ven diferentes desde fuera, desde una posición cómoda y con poco o nada que perder, frente a quienes están dentro, con responsabilidades tales como la imagen proyectada de una institución. Y cuando uno asume responsabilidades, debe ser consciente de que también asume riesgos, como el de convertirse en objeto de críticas y mentiras por intereses económicos y políticos. Este tiempo ha sido un training intensivo, y pese a que hay días en que los ánimos realmente flaquean, creo que la honestidad es la mejor forma de encarar un trabajo como este. Pero sólo con honestidad no basta, es imposible convencer a todos de la verdad; hay que saber lidiar con los intoxicadores partiendo de la premisa de que el nuestro es un trabajo de 24 horas al día, 7 días a la semana, y que no hay que perder el enfoque ni las formas.

De intoxicación uno llega a hartarse cuando se dedica al Social Media en política: mentiras, bulos, perfiles falsos, troleos… Las peores cualidades que uno puede atribuirle a alguien en el mundo no-digital, y que algunas personas representan sin rubor, campan a sus anchas y son amplificados en las redes sociales. Hace unos días compartí este tweet de Francesc Pujol, cuyo hilo demuestra que hay gente que se harta y abandona las redes por este tipo de intoxicaciones (clic sobre la imagen):

Twitter dont hate haters

Pero como institución, no cabe ni siquiera bloquear este tipo de comportamientos, y personalmente no creo en silenciar a nadie desde un perfil institucional. Una de las ventajas de la democratización de Internet y de la puesta en marcha de numerosos canales de comunicación, es poder dar solución de la forma más eficiente posible, a cuestiones que por pequeñas que parezcan, para algunas personas pueden suponer un verdadero problema. También hay hueco para cuestiones absurdas, con ejemplos como los que escribí en otro post sobre una vecina que pedía que el ayuntamiento moviera una piedra de una glorieta, espantara las abejas o casos más preocupantes y con aspecto de TOC, con los que también toca lidiar. La idea de paternalismo hacia las instituciones está a la orden del día, como escribí en otra entrada, y existe la creencia de que pagar los impuestos concede una serie de privilegios. En este sentido, hay mucha pedagogía que hacer, muchas explicaciones que dar y desde mi puesto intento hacerlo de la forma más cercana posible, incluso con una cierta complicidad hacia quienes se dirigen al perfil público porque no saben a quién acudir para resolver dudas corrientes y preguntan en privado. También hay quien intenta provocar o personalizar las conversaciones, para acusar de que se trata mal a los usuarios desde perfiles institucionales. Este juego de suma negativa y desigual, también forma parte de mi trabajo, va en el sueldo.

El trabajo de sparring frente a quienes buscan crispar, muchas veces ocupa un tiempo precioso que podría dedicarse a otras tareas más constructivas, y es similar a malversar recursos públicos. Porque si hay una verdad que he comprobado en este año, es que los recursos son limitados, y que en ayuntamientos pequeños —el nuestro es relativamente pequeño—, hay que hacer mucho con muy poco. Y ese mucho, motiva. Sobre todo cuando tienes la confianza de tus jefes y te conceden autonomía para poner en marcha proyectos a futuro con muy bajos costes. Uno de estos proyectos, tal vez el más importante que habré puesto en marcha de manera profesional, es el de City Marketing, tratando de conectar todas las actuaciones en un nexo troncal, que incluye un cambio de mensaje, formas, lenguajes, e imagen proyectada, desde el marketing político pero sin que sea marketing partidista, sino institucional.

Esta diferencia entre el marketing de partido y el marketing institucional, es una frontera que hay que cuidar muy mucho, y llevarla al campo de la comunicación, porque puede convertirse en una debilidad si se descuida. Del mismo modo, no es lo mismo ser DirCom de un ayuntamiento gobernado por un partido con mayoría absoluta, que serlo de un ayuntamiento gobernado por varios partidos; la asimilación y la utilización de los canales públicos con fines partidistas que puede darse en el primer caso, y que se da en muchas ocasiones, debe ser anulada por completo cuando se gobierna por consensos. Y mantener ese enfoque y equidistancias es una tarea que afecta a toda la actividad de comunicación y gestión de la imagen pública de una institución.

Estamos viviendo una época de cambios de paradigmas y de modelos, pero sobre todo un período de oportunidades de mejora, donde el descrédito de la política y la apatía, parece haberse transformado en una repolitización, y vivir desde dentro de una institución ese movimiento, con personas implicadas, críticas y constructivas, es un trabajo apasionante. Consumido ya el 25% de legislatura, vamos a por el segundo año con algunas lecciones aprendidas, y ganas de aprender las que faltan, parafraseando a un expresidente, «cueste lo que cueste, y me cueste lo que me cueste».

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