En ocasiones uno tiene la sensación de que los gabinetes de comunicación de los partidos diseñan los mensajes pensando que su público es idiota. Aunque probablemente una parte de su audiencia probablemente lo sea -en los términos aristotélicos de quienes se despreocupan por los asuntos públicos-, hay otra parte que puede sentirse ofendida.
Este comportamiento es evidente, sobre todo, en dos situaciones: 1) para justificar una inacción propia; y 2) cuando se trata de desacreditar una acción colectiva. Ante la primera, es muy sencillo recurrir a la herencia recibida, a la inacción del anterior gobierno, sea en el mismo ámbito geográfico (en Balears el comodín perfecto es achacar todos los males a los Pactes de Progrés) o diferente ámbito (en la Comunitat Valenciana se ataca a la oposición mentando a sus homólogos en Andalucía).
Herramientas comunicativas (rudimentarias) del descrédito
En cuanto a la segunda situación, la crítica a las acciones colectivas, el abanico de opciones es mayor y no siempre se opta por utilizar el mismo método. Sí podemos establecer una diferenciación clasificatoria, en función del grado de insulto hacia la inteligencia de los receptores:
1. Los participantes estaban manipulados. Argumento que ataca a todo un conjunto de ciudadanos, y que invalidaría también las manifestaciones favorables, con el riesgo que esto conlleva. Pudimos verlo, por ejemplo, tras la manifestación de la marea verde en septiembre de 2013 contra la reforma educativa del Ejecutivo Bauzá.
2. «Había menos asistentes que votantes de la oposición». La oposición como agregado, o las oposiciones como fuerzas individuales, puede que traten de arrogarse como propias las demandas de los manifestantes. En la contraparte, y como intento de deslegitimar la manifestación, algunos partidos y gobernantes recurren a un cálculo aritmético tan simple como falaz, y restan peso político a una concentración que no suponga, al menos, tantos votantes como obtuvo la oposición.
3. «Hubo menos asistentes que votantes al gobierno». En orden creciente, este argumento supone un insulto mayor a la inteligencia del espectador, pues se compara un acto puntual y voluntario en torno a un tema concreto -que no tiene por qué afectar a toda la ciudadanía-, con el día de las elecciones, que se celebra cada cuatro años y en el que se votan programas conjuntos. De hecho, dado el sistema electoral no preferencial, el 100% del electorado de un partido podría estar de acuerdo en todo su programa excepto en un punto, y ese punto podría provocar una manifestación ciudadana, en la que se incluiría a votantes del propio gobierno. Los palmeros del Govern Balear han usado este argumento hasta la saciedad.
4. Mayoría silenciosa en contra de la manifestación. Las reglas de la lógica llevadas hasta el absurdo, provocan que aún haya dirigentes que hacen uso de este argumento que bien recuerda a aquél «Dios y yo, mayoría absoluta», esgrimido por un fascista español. El político que hace uso de este argumento interpreta (y se arroga) la posición de quienes no se manifiestan, que salvo contadas excepciones, siempre son más del 50% de los ciudadanos.
Matices a la comunicación diferenciadora
Quedarnos solo con estos recursos comunicativos, y criticarlos, sería insuficiente. Cabe matizar este breve artículo un poco más. Porque las diferencias entre lo que es y lo que se intenta comunicar son abismalmente diferentes. Empecemos por la naturaleza de esa participación política.
El ejercicio del voto, como ya hemos mencionado, tiene lugar periódicamente para elegir un programa político sobre numerosos temas (issues), con los que dudosamente todos los votantes estarán 100% a favor. Esta expresión preferencial adolece de estos defectos, frente a la manifestación ciudadana en torno a un tema concreto (un solo issue), o varios de ellos (multi-issue), pero cuya función es protestar o influir en la decisión del gobierno que ya cuenta con el respaldo electoral.
Por otro lado, además de la diferente naturaleza de esas dos participaciones políticas, la unilateralidad de las comunicaciones hace que los sujetos pasivos de las manifestaciones, generalmente gobiernos, lancen mensajes reactivos de ataque como defensa, en lugar de asumir el momento de crisis. Es por ello que hay diferencias esenciales entre las reacciones del gobierno del PP a la huelga general de 2002, y la reacción a la huelga general contra el mismo partido diez años después, en 2012, por poner solo un ejemplo del mismo partido ante situaciones similares.
Para terminar, cabe resaltar que todas estas reacciones son solo ejemplos de lo que ocurre cuando se concibe la defensa como un ataque. Hay ocasiones en las que los gobernantes asumen el punto de inflexión en la crisis y no justifican sus errores arrogándose voluntades, mayorías, ni se critica a quienes se movilizan. Ahora mismo no recuerdo ninguna, pero seguro que alguna habrá.
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