Hay una teoría, la llamada ley de Godwin, según la cual cuanto más se prolonga una conversación, más aumenta la probabilidad de acabar hablando de Hitler y de los nazis.

Juan José Millás escribía estos días en un diario autonómico, que el candidato popular al europarlamento, Miguel Arias Cañete, afirmó haberlo aprendido todo de Loyola de Palacio, quien pronunciara hace diez años un discurso en el que deseaba la muerte de Fidel Castro. En la misma línea humanista, el diario El Mundo publicaba esta semana una columna en la que un tipo confiesa que se alegraría de la muerte de muchas de las personas que portan camisetas verdes en favor de la educación pública. El tipo es profesor, y educa a niños y jóvenes en el Institut Antoni Maura, de carácter público. Además, afirma que no mataría porque es delito, pero no porque sea inhumano o inmoral. Ese es el nivel.

Alguien podría decir que se trata de un ejercicio de catarsis, de un desahogo público ante la dificultad de refutar ideas desde la lógica. Ya vimos la semana pasada que la portavoz popular Mabel Cabrer o la Secretaria General del mismo partido, María Dolores de Cospedal, tildaban de nazis a quienes defienden desde la lógica posturas que ciertos partidos no pueden refutar con otros argumentos

Esa es la palabra clave: argumentos. El marketing, y por supuesto también el marketing político, recurre muchas veces a lo emotivo cuando carece de argumentos lógicos. A la dicotomía entre el “nosotros” y el “ellos”, entre “lo nostro” y “lo vostro”. Entre buenos y los malos.

Josep Ramoneda escribía esta semana que del odio al delito hay un trecho, pero creo que la pregunta aquí es cuándo hemos pasado de la tolerancia al odio, y sobre todo por qué.

(24 de mayo de 2014)

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Entrelíneas es una sección radiofónica del programa A vivir que son dos días Baleares, de la Cadena SER.

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