Hay quien dice que la culpa de la invasión de turistas a espacios como el Caló des Moro es de Instagram. Uno podría hacer una analogía y afirmar que Twitter y la comunicación posmoderna tienen la culpa de espectáculos como el de esta semana en el Parlament, pero estaría incurriendo en una falacia, tan abundantes en los últimos tiempos. 

Es obvio que las herramientas no son las culpables de nada, sino que son correas de transmisión, instrumentos de personas usuarias, prosumidoras, actoras en la asalvajada ley de oferta y demanda de información. Son ellas quienes mantienen la maquinaria de la comunicación posmoderna en marcha, como el motor de uno de esos mamotretos de carne girando en cualquier establecimiento de kebabs y provocando indigestiones. 

Lo actual es pornográfico, no tenemos suficiente con lo poco, y el gremio de lo político es la versión pro de esa visión. Por ejemplo, verán como los políticos son los últimos en abandonar la red social de Musk -con la salvedad del torpe de Lobato-, pues el mamotreto de carne necesita seguir girando y dando de comer a muchas pirañas. 

Es curioso que piraña rime con campaña.

Piraña en urna electoral

Acabábamos la semana anterior con actos netamente de campaña por parte de la presidenta Prohens, que ya dejaba entrever que el hiperpresidencialismo moderno es pornográficamente personalista. Las “personal campaigns”, como las categoriza la politología, se definen por ese hiperliderazgo, por la persona, por los iconos y sus historias. Mientras el PP sigue obsesionado por destruir del todo el icono Armengol, trata de construir el icono Prohens sin pudor y con mucha impunidad. Piensen si no en la DANA de agosto en Menorca, que por suerte no se cobró ninguna vida, y la ausencia de la presidenta por estar de vacaciones. Y ahora piensen si con otros gobernantes no habría ya ardido Troya.

En esa historia del prohensismo, que se va escribiendo día a día, vemos la construcción acelerada de un mito moderno, con estrategias cortoplacistas de resultados dispares, que sonrojan a quienes llevan en esto de la estrategia algunos años. Pero por suerte sus enemigos -sus aún socios en el Consell y ayuntamientos grandes-, y sus adversarios -la oposición- les hacen el trabajo que ellos no saben hacer, mientras piden perdón por supuestos errores, como el fichaje de imputados por acoso, destrucción de entidades como la Oficina Anticorrupción o la no menor votación de las enmiendas ultras de Vox. ¿Y para esto tanta toxicidad?

El pasado martes, el diputado Josep Castells afeaba los errores de novato a este Govern que venía a cambiarlo todo, pero que se topó muy pronto con la línea marcada por los hoteleros de hasta dónde podrían derogar. Luego, vino la propuesta de multiplicar la ecotasa, como si fueran un partido radical izquierdista y antihotelero cualquiera, y ni así se granjearon una crítica ni parecida a la que recibió el anterior conseller de Turismo en cuanto cedió su maletín. El mismo Govern que ahora abandera la imposición de límites turísticos, defendiendo que ya no caben más turistas y que tampoco piensa acoger a niños que huyen en pateras de las guerras y hambrunas. ¿Valió la pena tanta histeria y propaganda?

Llegamos al final de 2024 recogiendo las tempestades del año que votamos peligrosamente, y la historia parece que se vislumbra como ya apuntábamos en alguna columna anterior: el abrazo del oso del PP a Vox va dibujando fecha de consumación y siempre pensaron en las próximas elecciones, nunca en las siguientes generaciones. Que Prohens no va a agotar legislatura lo sabía incluso el séquito de Prohens, y hacia allá vamos, siguiendo la estela y estilo de Ayuso, pero combinado con el postcañellismo que un día pacta segregar por lenguas para aprobar unos presupuestos y otro escenifica rupturas para que no les aprueben otros. 

¿Valió la pena tanta toxicidad, propaganda, errores e impúdica impunidad?

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