El pasado día 08 de febrero, doña Aida Vizcaíno publicaba su YIMBY, titulado «La hora de la Ciencia Política», de Rojo Salgado (clic para abrir). Para quienes se perdieron las primeras ediciones, el YIMBY (acrónimo de «You’re In My Blog Yard«) entre la profesora y servidor es un diálogo 2.0 en el que reseñamos artículos o libros relacionados con la Ciencia Política, y proponemos nuevos textos.

En respuesta a su invitación del mes pasado, partiré del artículo de Jorge Galindo, «Pequeño mosaico imperfecto de series políticas», publicado en la revista JotDown en agosto de 2013.

De fronteras difusas

Es frecuente pensar que la teoría y la práctica son términos excluyentes, dicotómicos, como también podrían serlo realidad y ficción. Sin embargo, en el terreno de la política, éstas no son sino complementarias, por lo que he podido comprobar de un tiempo a esta parte. Sin la teoría, algunas prácticas caerían en el error una y otra vez, pero sin la posibilidad de llevar a la práctica algunas teorías, éstas no serían más que literatura, ficción. Del mismo modo, sin ficciones como el pacto social o el estado de naturaleza, la realidad de la representación mediante la cesión de soberanía -¿qué color tiene la soberanía?-, carecería de sentido.

Estas fronteras  conceptuales tan difusas se desdibujan aún más cuando asistimos a ficciones que son metapolítica, un objetivo o meta de lo que debería ser la política, al menos para sus creadores: las series son versiones. Verán que no me atrevo a hablar, de lo que es la política, tal vez por exceso de precaución, porque no soy profesor universitario como Aida o Jorge, o tal vez por ambas. Sí hablaré de mi propio concepto de la política, cuya versión práctica he conocido en primera persona en los últimos años, con algunas luces y sombras, y poco tienen que ver con las series.

Ficción y proyecciones mediadas

En La rebelión de las masas, Ortega defiende que el hombre medio debería interesarse por las ciencias naturales, por la técnica y los conocimientos prácticos, ya que son los que mantienen la técnica y progreso de la democracia liberal.

Las series aportan una visión práctica de conceptos e ideas teóricamente abstractas, y con frecuencia difíciles de explotar económicamente. Sin embargo, se trata de una visión mediada, artificialmente práctica, ficticia.

De hecho, el auge de las redes sociales parece haber impulsado el interés por la comunicación política entre politólogos y sociólogos, como si los nuevos canales de comunicación supusieran un  nuevo nicho laboral, acaso algo más técnico. Y como sostiene Galindo, muchos han interiorizado esas ficciones mediadas y crean una realidad esperada. La verdad es que estudiar cuatro o cinco años de Ciencia Política no dista demasiado de esa confusión inicial, de ese aprendizaje abstracto y teórico. Las series sobre política son la proyección deseada de cualquier estudiante o graduado en materias tan teóricas como las sociales: es posible influir y ayudar a cambiar la realidad con conocimientos teóricos llevados a la práctica. Pero, ¿y la técnica?

Chema Madoz lápices fuego

Ya apuntó Riker a la diferencia radical entre las ciencias sociales y las naturales.

El despacho de Toby Ziegler representa el quirófano frenético de la serie «Urgencias»: es la representación de un escenario  donde lo esperado se vuelve real, o al menos se dibuja la posibilidad de que suceda algo similar. La práctica de la política es la técnica que no se enseña en las facultades, y en ella chocan quienes quieren entrar -como los politólogos que intentan ejercer como profesionales- y quienes no quieren salir. Los partidos catch-all y su sobredimensión dan buena cuenta de ello.

De hecho, la sucesiva emisión de capítulos semanales con pseudodebates crean algo así como una serie, y hoy consumimos una interesante hornada de partidos cuyo principal ingrediente es la telerrealidad.

Teoría, práctica y técnica

A juzgar por las series, uno podría convertirse en asesor del presidente del país, en abogado de éxito o en médico, teniendo en sus manos la vida de otros. Difieren, pero, en la magnitud del impacto, en la cantidad de gente sobre la que podemos actuar.

El «poder» y el «poder poder» de los actores políticos, que menciona el profesor Galindo, parecen nutrirse del deseo de relevancia, de la voluntad de dejar una huella en la historia: se trata de un puro deseo de trascendencia. Ese egoísmo vital tan lícito envilece a algunos de los personajes de estas series, y tomarlo como objeto de estudio provoca no pocas muecas cuando, ya en la realidad, te presentas como politólogo, como un tipo que dedicó 5 años a estudiar la política en la universidad, que sigue estudiándola y que trabaja aplicando teoría, práctica y técnica en su propio proyecto profesional.

De ahí el atractivo del último libro de Ignatieff, de series como las que aparecen en el artículo de JotDown o del experimento de los famosos profesores de la Complutense, otrora asesores de Izquierda Unida y hoy proyección de gobierno también gracias a (o por culpa de) Grecia, una realidad mediada (vid. John B. Thompson).

El guante: propuesta de lectura para la profesora Vizcaíno

Ha llegado el turno de invitar a la profesora Aida Vizcaíno a reseñar un nuevo artículo. Y dado que nos encontramos en un escenario preelectoral, con una importancia especial de la responsabilidad y la relación elector-candidato, he pensado en el artículo «Compatibilidad y confianza entre votante y candidato. ¿Es posible un sistema de votación más justo?», en Psicología Política, Nº 45, 2012, 27-41.

Estoy seguro de que ante las elecciones andaluzas, catalanas, autonómicas y municipales, sus reflexiones serán más que interesantes.

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