La potencia cerebral y física del individuo es demasiado limitada para que con la corta porción que queda disponible de ella -cuando queda alguna,- después de satisfechas las exigencias tiránicas de la vida física, en lucha con una naturaleza tan adversa, o tan mal conocida y dominada, como la que nos envuelve, y con una organización social tan deficiente e imperfecta como la nuestra, pueda prestar oído al incontinente y desaforado vocerío del legislador, que no cesa un instante.
(…) Digámoslo de una vez: supuesto un estado legal como el nuestro, el principio nemini licet ignorare jus con sus derivaciones es incompatible con toda otra ocupación o profesión social que no sea la del derecho; incompatible, por tanto, con la vida.
Joaquín Costa en El problema de la ignorancia del Derecho.
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