El título de la entrada me ha quedado largo, ¿verdad? Pues multiplíquenlo por tantas letras como tiene la frase, y apenas se acercará a lo largo que se hacen 40 días de campaña para financiar un proyecto como «El año que votamos peligrosamente».
En primer lugar, quiero empezar dando las gracias infinitas a las personas que han aportado, confiado y apoyado esta locura de proyecto, a la gente de Verkami por la paciencia, a los medios que se han interesado por el crowdfunding y a la gente que ha sufrido mi spam durante este mes y pico.
Repetiría sin pensarlo. La gente que padecemos de ansiedad tenemos una visión y una vivencia del tiempo incómoda y meterse en un proyecto como este genera momentos de altibajos importantes. Ese ha sido el único «pero» de poner en marcha una campaña tan chula como la de financiar un libro del que estoy orgulloso, y que espero que satisfaga a quienes lo lean.
Primeros días de campaña: El subidón
El día 1 de marzo pusimos en marcha la campaña, haciéndola coincidir con el Día de Balears, el primero de la presidencia de Prohens, como una de las «primeras veces» de las que hablamos en el libro. Unos días antes, el 23F, habíamos anunciado ese Verkami en una fecha más que simbólica, aludiendo a las similitudes con el 23J. El juego simbólico está muy presente en el libro, mucho más de lo que pueda parecer (ya me comentarán quienes lo lean).
Como bien advertían los amics de Verkami, los primeros días de campaña son clave, tanto para la financiación y difusión, como para los ánimos de quienes ponen sus esperanzas en ellas, o al menos fue mi caso. Recuerdo el subidón de los primeros días, y casi normalizar que hubiera varias aportaciones cada día, hasta que llegó la etapa meseta. Aquí un tuit de aquellos días:
Etapa meseta: El bajón
Una etapa en la que faltaban pocas recompensas nuevas por anunciar, pocas novedades noticiables para compartir en redes y notas de prensa a medios, y vinieron los miedos. Hubo días en los que me contaba entre el porcentaje de proyectos fracasados, esas pocas campañas de Verkami que no superan los objetivos, y me hice a la idea. «Si pudiera regalar el libro a alguien que me hiciera una buena reseña… pero no da tiempo y al igual el libro es una mierda y la gente lo intuye». Quienes padezcan de autosabotajes y de ideas negativas saben de qué hablo.
El síndrome del impostor siempre asoma y esta vez venía diciendo «esta vez la hostia va a ser épica».
Para intentar incentivar algunas aportaciones, creé varias recompensas que no tuvieron éxito, como la inserción de logos para empresas a un precio reducido, o un 3×2 que mezclaba ejemplares en papel con la versión digital de un libro anterior. Saldo de ventas: cero. Y el impostor sonriendo y dando pasitos hacia mí.
Etapa final: Que acabe pronto
Algo ocurrió hacia el final. No sé si fue causa o consecuencia, pero cambié el chip y me creí que el libro es bueno, que apostar por él vale la pena y que esto no era más que el principio. Recuerdo que antes de llegar al mínimo, hubo un parón que mi cerebro autosaboteador interpretó como una señal del universo para dejarme a las puertas de publicarlo, un «te jodes y te quedas a las puertas» en toda regla.
Pero empecé a recompartir artículos de prensa, hice una lista de difusión más por Whatsapp y, como si el karma hubiera entendido la indirecta no tan indirecta, la cosa se animó. Y hasta hoy que hemos terminado la campaña, en que dos personas han aportado para hacer realidad el libro.
¿Y ahora qué?
A partir de ahora, vamos a terminar la edición del libro, a darle las últimas pinceladas, incluyendo las páginas de agradecimientos y preparando presentación en Palma y espero que en alguna otra ciudad española. Me haría una ilusión brutal poderlo presentar en València y en Granada, pero como decimos en Mallorca, ja te diré coses, espero que muy pronto.
Gracias, de nuevo, a quienes habéis hecho posible este libro, que podría llamarse «2024, el año que publicamos peligrosamente».
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