(1) Recuerdo un capítulo de la serie Friends, en el que un vendedor de enciclopedias intenta engatusar al personaje de Joey, que sólo tiene dinero para adquirir un volumen, el que recoge palabras que empiezan por “V”. Al final del capítulo, Joey intenta conducir la conversación del grupo hacia los volcanes, como el Vesubio, o hacia la guerra de Vietnam, pero fracasa porque el resto comentan otro tema que no conoce.

Diario de Mallorca publicaba un artículo de Juan José Millás hace unos días, titulado “No nos entendemos”, en el que dibuja unos personajes similares, que (añado) con las redes sociales acentúan su visibilidad y que en ocasiones comparten páginas con el propio Millás. Ahí van unos fragmentos:

Hay gente que lo logra, personas que consiguen llevarlo todo a su terreno, sea la geofísica o la quiromancia. Y no viven necesariamente aisladas, sino que se relacionan con el mundo, coincides con ellas en cenas a las que tú no sabes muy bien por qué has acudido, pero ellas sí. (…)

-Te responderé desde la Teología -suelen decir los expertos en Dios cuando les preguntas por la educación de los hijos. (…)

(2) Hace años que paso por encima de los artículos de opinión y columnas de numerosas personas a las que antes leía, y de quienes guardaba recortes. En primer lugar, porque no me interesa leer una pieza que tal vez no querían escribir, pero que les obliga su contrato de colaboración. En segundo lugar, porque no me interesa qué piensan ellos sobre ningún tema. Con frecuencia me reafirmo en este segundo punto cuando me da por leer columnas de esa gente a la que he descartado. Me suele pasar, eso de leer a desgana para reafirmarme en que no quiero leerlos más. Es como el sadismo de esa gente que ve programas del corazón o sigue las noticias de Sociedad que tanto critican y que tanto le abochornan. 

(3) Algo similar me ocurre con opinólogos de lo político, desde el nivel más local al más global. Silencio numerosas cuentas de Twitter para no leer las tonterías y cavilaciones absurdas que después toman forma de artículo y leo al día siguiente o el domingo en el desayuno, o que les escucho en las tertulias. 

Abandoné Facebook entre otras, por esta saturación de contaminación opinante, y abrí de nuevo mi perfil únicamente para administrar páginas y creo que desde entonces no he leído ninguna publicación hasta el final. Vivo mejor, se lo aseguro. Me pierdo algunas sesudas reflexiones que podría hacer mías, pero renuncio con gusto a ello. 

(4) Ya no comparto mis lecturas, ni apenas mis opiniones. Escribí hace tiempo un post titulado Alegato relativista, en el que quise plantear por qué nos obligan a tomar partido constantemente sobre temas que requieren de una reflexión. 

¿Qué papel juegan estas personas en la conformación de la opinión pública? ¿Cuántos impactos debemos recibir diariamente sobre temas que no nos importaban hasta el momento, pero que pasan a convertirse en verdaderas preocupaciones que consumen tiempo y espacio en nuestras conversaciones?

Algunos de estos expertos dibujan una masa borreguil y manipulable, entre la que tratan de despuntar de una u otra manera. Ocurre muchas veces que se equivocan al dibujarla y al tomar su posición, condescendiente muchas veces, vanidosa generalmente siempre. Y así, como termina Millás, optan por

Utilizar el saber como una forma de trinchera, como un nido de ametralladoras, como una colina desde la que se divisa todo el campo enemigo. En esas estamos. 

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