(1) Hace ya ocho años que publiqué varios post a modo de cuaderno de notas de mis 100 primeros días como dircom, y también de mi primer año en aquel cargo. Desde entonces, he trabajado en instituciones municipales y autonómicas, he trabajado en varias campañas, he aparecido en dos papeletas electorales y, en estos últimos meses, me he alejado de la política como nunca antes en toda mi vida por voluntad propia.
(2) Desde joven, la política ha sido parte de mi día a día. Mi padre nos acompañaba al instituto con la radio siempre encendida, y escuchaba las noticias de la SER, con su icónica sintonía. Luego, cenábamos viendo los informativos (Informatiu Balear era un must en casa) y tenía un transistor pequeño, y más tarde unos auriculares inalámbricos horrorosos, en los que alguna noche sintonizaba RNE, la SER y otras emisoras locales. No buscaba la política, era ella quien me encontraba a mí.
Luego, estudié algo tan bizarro en aquel tiempo como Ciencias Políticas que, gracias a Pablo Iglesias, se popularizó y dio comienzo a la nueva era de los politólogos, que sigue en auge y espero que sea por muchos años, porque no hay años de pasillos periodísticos que puedan suplir a una buena formación politólogica. Es un hecho incontestable, y me da un cierto placer ver cómo escuece a cierto sector vintage del periodismo, acomodado en el politiqueo parroquial, la creciente presencia de politólogos en gabinetes y en medios.
(3) Los últimos seis meses, sin embargo, he sido yo quien se ha alejado de ella, por varios motivos, pero el politiqueo y el sistema de castas ha sido el principal; no he llegado al nivel de Ignatieff y su experiencia descrita en Fuego y cenizas, ni falta que me ha hecho. He pasado de estar afiliado a un partido, de seguir las noticias y de participar con columnas de opinión, a no hacer ninguna de esas tres cosas, y estoy muy contento de haberlo hecho. He llevado a la práctica el doble check del que hablé en otro post, es decir, «decir que no, y lanzarse a salir del camino un tiempo para alejarse de ciertos roles, prácticas y dinámicas». Y, hoy por hoy, ese tiempo es sine die.
De manera progresiva he salido del círculo virtuoso, del que habla Pippa Norris, y he pasado a simplemente picotear entre titulares en X/Twitter, y a terminar de escribir El año que votamos peligrosamente, como un epílogo de una etapa personal y profesional de la que me siento muy orgulloso, y que ya me queda muy atrás. Irónicamente, hace unas semanas me contactaron porque me correspondía ocupar el cargo de concejal en la oposición, y me sonó a algo tan lejano, que tardé más tiempo en rellenar la instancia de renuncia, que en repensarme si me apetecía o no.
Es como si la política me siguiera encontrando, pero ahora soy yo quien me alejo, repelido por el politiqueo.
(4) Les reconozco que hay días en los que creo que esta óptica de lejanía sería la mejor para ser consultor y asesor de políticos de cualquier signo, pero para ello debe existir una energía atractiva mutua hacia lo político, que hoy por hoy no tengo.
Como les ocurre a algunos haters del fútbol moderno, no me gusta lo de ahora. Lo he visto, he trabajado en ello, he conocido ciertas dinámicas, y no me interesan. Hay muchas cosas que pueden cambiarse de forma más efectiva con un grupo de Whatsapp y contactos en medios, que dedicando horas infinitas a reuniones, fotos en grupo posando como estatuas y publicaciones en Instagram, muchas veces coordinadas y ejecutadas por personas con más habilidades, competencias y visión que quienes aparecen en las imágenes, pero menos dispuestas al politiqueo. El poder real y alejado del politiqueo está en los movimientos sociales, en los lobbies y en los equipos capaces de diseñar y ejecutar una buena estrategia de comunicación.
Es posible la política sin politiqueo. Tal vez un día me encuentren ahí. De momento, ni por asomo.
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