f. Econ. Incremento del valor de un bien por causas extrínsecas a él.
Para trabajar con pequeños empresarios, con organizaciones medianas o incluso con grandes departamentos o con políticos de gran ego, una de las principales dificultades es aprender a hablar el mismo idioma, o al menos compartir los principales rasgos de gramática, entonación y significados.
Como profesional independiente y también en mi época de trabajar para políticos, uno se da cuenta (en ocasiones muy tarde) que la creatividad, el foco 360º, la visión de conjunto, es una plusvalía que va en el sueldo o en la factura, pero que puede hacer que todo fluya y sea un éxito, o que simplemente la cosa vaya al ralentí.
De hecho, como destaqué en un hilo de la maltrecha Twitter, de mi época de asesor aprendí que no hay que darlo todo hecho al 100%, sino dejar margen para que sea el cliente-político quien aporte el 5-10% que falte, para que sientan como suya la idea de otro.
Las ideas se pagan, a veces muy baratas
Trabajar gestionando redes de partidos, de dirigentes políticos o de cualquier empresa, requiere de una planificación —algo que escasea en los dos primeros grupos que he citado— pero, sobre todo, requiere de una creatividad práctica, de unas ideas vendibles, rentables y enfocadas al público objetivo. De hecho, no son pocas las ocasiones en las que el cliente no tiene por qué entender los motivos, contenidos o formatos de las publicaciones que aparecen en su nombre.
No es infrecuente que la personalidad online de un dirigente o persona de cierta relevancia pública, sea totalmente diferente a su personalidad real o física. En algunas ocasiones, sin embargo, el personaje es tan difícil de humanizar, que sus redes son un drama y no hay nada que hacer, por mucho que paguen a empresas de fuera para intentar insuflar algo de vida.
Como también sabrán quienes han trabajado con políticos, las ideas de uno muchas veces se regalan para que sea el actor o actriz políticos quienes la esgriman como propia, por el bien del proyecto, del partido o de lo que toque en ese momento. Hasta que puedes venderlas más caras.
Creatividad y sensibilidad: la antítesis de la política moderna
Como he publicado en varios posts, me encuentro alejadísimo del politiqueo actual y sin visos de acercamiento a corto plazo. De hecho, cada vez se ve más lejana mi etapa profesional vendiendo baratas creatividad y visión, especialmente por la vuelta al terreno de la comunicación y el marketing para empresas y otras organizaciones, además de la formación.
Si antes tenía claro que para embarcarse en proyectos que requieren de esa creatividad y sensibilidad, había un componente personal y un cierto enamoramiento con el proyecto, hoy se ha vuelto más evidente todavía. Mis respetos a quienes trabajan con y para un proyecto que les merezca ese regalo de plusvalía.
Con cierta frecuencia, los asesores y consultores que trabajan con políticos reciben una atención mediática, como si fueran los artífices de los éxitos o fracasos de aquéllos, y en ocasiones logran hacerse un hueco en el star system mediático, más por sus contactos y branding que por su eficiencia laboral —sobre todo cuando trabajan para proyectos sin alma donde sólo hay marketing y dinero—. Gran parte de su relevancia viene determinada por su contribución a mejorar a personajes y proyectos que parecían condenados al fracaso. Hay otros proyectos, empresariales o políticos, que llegan a su punto de incompetencia (al estilo de la Teoría de Peter), y ahí se quedan y orbitan a modo de supervivencia.
Hoy en día los early adopters, las personas que viven intensamente la comunicación, las plataformas y los canales, disponen de un potencial que supone una plusvalía, y que ellos mismos pueden regalar, incluir en el sueldo, o guardarse. En mi caso, tengo comprobado que los enamoramientos con proyectos laborales solían durarme entre 12 y 18 meses; a partir de aquí, las plusvalías dejan de existir y hay puro trabajo, canalizando mi creatividad a otros proyectos, ya sean personales o laborales.
De un tiempo a esta parte, consciente de esa plusvalía, ya no se regala nunca a terceros, pues lo que vale, cuesta.
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